viernes, 18 de septiembre de 2009

Catulo

Soles occidere et redire possunt;
nobis cum semel brevis lux occisus est
nox est perpetua et una dormienda.

Los soles mueren pero pueden volver a nacer;
Pero cuando nuestra lánguida luz se apaga
la noche se hace perpetua y todo es sueño.

Muy en la tradición del famoso "carpe diem" de Horacio y del "collige, virgo, rosas" de Ausonio estos versos de Catulo. Pocos poetas en la historia de la Literatura Universal han sido capaces de cantar con igual vehemencia al amor más furibundo y al odio más apasionado. Amar en versos y odiar en versos, y todo en apenas unas estrofas. Pero hacer lo uno con igual pasión que lo otro sólo está al alcance de quien amó hasta los tuétanos (quien lo probó, lo sabe). Odi et amo. Quare id faciam? fortasse requiris / Nescio, sed fieri sentio et excrucior (Odio y amo. ¿Cómo puedo hacer esto?, quizá te preguntes. No lo sé, pero siento que así es y me torturo).

Catulo cometió el error de enamorarse de la mujer más bella, de Clodia -Lesbia en sus poemas-. Clodia coleccionaba amantes con la misma facilidad con que Catulo escribía poemas. Clodia correspondió un tiempo con amores el amor del poeta. Quizá, como un mero divertimento. Hasta que, harta de su aedo particular, le fue infiel -tal vez, incluso, con su propio marido. ¡Qué horror!-. Ante lo cual Catulo exclamó: Una salus haec est, hoc est tibi pervincendum. / hoc facias sive id non pote, sive pote! (Una única solución para uno: el deber de sobreponerse. Si puedes, hazlo, y si no, hazlo igualmente). Sí o sí, vamos.

Pero no parece que lo llevara a la práctica. Catulo llenó su pecho de despecho y obligó a su corazón a alojar en el mismo habitáculo donde hasta entonces había acampado una legión de amor a una cohorte de odio. ¡Pobre Catulo! No sabía que el amor dura una sonrisa; el dolor una risotada larga, lenta, lóbrega. Aún así, tampoco tiene excusa porque él sabía -y tú, lector, si andas enamorándote de alguna mujer, tenlo en cuenta- que mulier cupido quod dicit amanti, / in vento et rapida scribere oportet aqua (lo que una mujer enamorada le dice a su amante, conviene escribirlo en el viento y sobre el agua que corre).

Tal vez, en algún momento, hasta los oídos de Clodia llegarían estos versos recitados con despecho y dolor. ¡Ay el amor!, ¡cuánto duele!

jueves, 10 de septiembre de 2009

La tapa del delco


Se atribuye a Woody Allen una frase de Charles Kettering, el inventor, entre otros cientos de cosas, del Delco. El delco era un aparatito que, en los coches de hace unos años, cumplía funciones de distribución de energía -creo-. Si el delco se mojaba, la habías liado parda porque, entonces, tenías que levantar la tapa, la mítica tapa del delco, secarla y esperar a que el coche quisiera volver a andar. Mi tío logró llegar de Madrid al pueblo sustituyendo la dichosa tapa por un brik de leche cortado a la misma medida y agujereado conevientemente. Pero, volviendo a la frase, decía Kettering que a él le interesaba mucho el futuro porque era el lugar en el que tenía pensado pasar el resto de su vida. La frase, ingeniosa, me ha recordado aquella película de Harold Ramis -nunca valorada en su justa medida- en la que Bill Murray se levantaba una y otra vez en el mismo día, el Día de la Marmota, en Punxstawney.

La película, aparentemente una comedia romántica en la que suceden y se suceden situaciones divertidas, paradójicas, cómicas, es un pequeño tratado críptico de filosofía pura. Supongo que debe de ser horrible, angustiosa y claustrofóbica esa sensación de estar atrapado en el tiempo, pero con memoria de todo lo que ha sucedido, ese mismo día, todos los días anteriores.

Sin embargo, ¿cuántas veces habremos dicho en nuestra vida eso de "me gustaría que este momento no pasara nunca; que el tiempo se quedara clavado en este instante? Si eso sucediera, se me ocurren dos cosas. Si mantuviéramos memoria posterior del hecho, ese hecho ya nunca sería la primera vez que sucede y, por tanto, perdería ese carácter de originalidad, de primera vez que, a buen seguro, le otorga buena parte del atractivo. Pero si no mantuviéramos memoria del hecho, ¿quién nos dice que ese hecho no esté sucediendo una y otra vez? Al fin y al cabo, tampoco seríamos capaces de recordarlo. Es decir, que puede ser que todo lo que nos ocurre se esté repitiendo una y otra vez en el tiempo sin que seamos conscientes de tal reiteración.

Como en todo lo que tiene que ver con la dimensión incomprensible, dejo aquí esta reflexión para que ustedes, mis queridos amigos, me ilustren. Y, si piensan que he empezado a desvariar y que necesito ayuda, no se preocupen: lo sé. Es que a mí, de vez en cuando, también se me moja la tapa del delco.

jueves, 3 de septiembre de 2009

Ruiz Quintano


He aquí una "rara avis". Ignacio Ruiz Quintano es periodista y, sin embargo, sabe escribir. Y, cuando digo escribir, digo ser escritor, digo armar textos, digo enjaretar frases y razones con un estilo propio, único, sincopado, relampagueante -¿existe esta palabreja? Tendré que mirármelo-, brutal; digo lo que digo. Para leer a Ruiz Quintano hay que ser un buen defensa -el mejor-, porque Ruiz Quintano es un driblador -ésta tampoco sé si está admitida- nato. Cada nueva oración es un regate a derecha o izquierda, cuando no un caño entre las piernas. Tiene, sin embargo, la habilidad suprema de no perderse en ellos, de no abandonar, nunca, el obejtivo final: meterle un gol al lector por toda la escuadra, desarbolarle la portería, dejarlo en cueros. Leer a Ruiz Quintano es, para quienes también perpetramos columnas en algún periódico -en mi caso, para mayor desgracia, en el mismo periódico-, darse cuenta de que uno siente envidia. Sana, podría decir, pero creo que eso de la envidia sana no es más que otro invento de esa nueva filosofía barata llamada "lo políticamente correcto". Después de leer una columna de Ruiz Quintano uno podría ser capaz de escribir un tratado completo de envidia literaria.

Maneja datos, fechas, personajes y citas -de las que no aparecen en esos diccionarios que usamos quienes escribimos; sólo por parecer más leídos- con una soltura tan precisa como alegre. Los mete en su coctelera, los agita y se saca de la manga una columna o un artículo para disfrute del respetable. Nada parecido desde Camba, desde Capmany, desde CapUmbral.

Si un genio quisiera concederme el deseo, le pediría saber escribir como Ruiz Quintano, y decir cosas tan coherentes como ésta a propósito, por ejemplo, de la censura: "¿Censura o autocensura? Yo preferiría la censura, porque con censura siempre se ha escrito mejor, y ahí están los escritores de la Segunda República; pero la democracia actual prefiere la autocensura, y la ejerce de cojones." Pues, ¡ole los suyos, maestro!, y que siga enseñándonos a escribir.