jueves, 17 de diciembre de 2009

El amigo -poeta- imaginario. Mesa Toré

De repente uno abre un libro que ha esperado con impaciencia desde que le pidió a Miguel, su librero de confianza -todo el mundo debería tener un librero de confianza, como se tiene un médico de cabecera o un abogado de prestigio-, que se lo buscara. Se trata de La flor de Californía, de Jose María Hinojosa -a quien tengo que dedicar, en cuanto tenga un rato, una entrada en el blog-.

Me dispongo a bucear en un texto considerado el primer testimonio de surrealismo literario español. Estoy impaciente, pero ¡vaya!, hay una introducción. Habrá que leerla, pienso, porque a veces este tipo de textos tienen hasta un punto o punto y medio de interés. Me lanzo al agua con los pulmones repletos de oxígeno, para poder aguntar de un tirón y sin respirar. No he llegado al final de la primera página, breve, sencilla, impresa en el tamaño en el que suelen ahormarse las obras breves para que pasen por largas, y ya estoy exhalado, angustiado, sin aire. Muerto.

No aguanto la curiosidad y me lanzo a ver quién ha escrito aquellas palabras. Se llama José Antonio Mesa Toré. No lo conozco... o sí. Me suena de algo. Este tío, pienso, escribe como los ángeles. Hacía mucho tiempo que no me estampanaba contra una pared de palabras tan bien construida. A medida que avanzo me voy empapando de Toré, me sacia esa manera de tejer, de unir, de ir cosiendo unas frases a otras, unas ideas al volante de las siguientes.

Me interesa e indago. Es un tipo joven o, al menos, supongo que eso pensará él. Filólogo, ergo raro, como un servidor, que escribe cosas así

Ti voglio bene

Me envías una escueta postal de tu viaje
con unas cuantas faltas leves de ortografía
- aunque eso no importa, ya sabes mi manía
de perseguir tus líricas traiciones al lenguaje-.
Hablas de la ciudad, del mediocre hospedaje
en pleno centro de Florencia y todavía
hacia el final te tiembla la azul caligrafía
cuando dices que sientes mi sombra entre el paisaje.
¿Quién puede comprenderte, mi lejana turista?
Hoy me mandas suspiros, promesas, algún beso,
y ayer mismo huías con un hasta la vista.
No temas: estaré aguardando el regreso
en el sitio fijado y a la hora prevista,
para ver como un tonto las fotos del suceso.

(De El amigo imaginario)

Doy el día, ya, por bien empleado. He aprendido algo nuevo... y mucho.