jueves, 30 de julio de 2009

Décalogo para 15 días


1 Ponerle los cuernos al despertador con la almohada.
2 Leer esos dos o tres "aparcados" que ya tenía previsto.
3 Disfrutar del agua, sin prisas, hasta que la piel se arrugue.
4 Conquistar mi calle de mar y nadármela enterita.
5 No acordarme de que el mundo está en crisis y yo con él.
6 Sentarme a pensar la suerte que tengo por tener sólo 15 días de vacaciones.
7 No pensar en que sólo son 15 días.
8 Renovar propósitos, como si fuera Navidad.
9 Olvidarme del telediario y de esos tíos que te amargan la comida a diario.
10 Volver, como cantaba Gardel; siempre volver.

lunes, 27 de julio de 2009

Los fundamentales

Me queda tanto por leer que a veces pienso que voy a tener que dejar algunos libros para mi próxima vida. No me gustaría, eso sí, agotar ésta sin haber trasegado los fundamentales. Los fundamentales son alrededor de doscientos, puede que alguno más. La mayoría ya han sido pasto, aunque una buena parte merecería refresco. Me admira esa gente que tiene la capacidad de leer un libro y empaparlo, como si en lugar de leerlo se lo estudiaran. Da la impresión de que lo hicieran por si alguien, alguna vez, les pregunta; o por si en alguna ocasión surge la oportunidad de lucir lo mucho y bien que hemos leído en nuestra vida. Borges decía que se sentía más orgulloso de lo que había leído que de lo que había escrito. Eso es fácil de decir... cuando uno se llama Jorge Luis Borges y se sabe maestro de maestros.

A veces paso por delante de los vasares de la biblioteca de casa y me paro ante un libro que no es, en principio, un fundamental contrastado ni reconocido. Por alguna razón el libro te llama y te acercas. Lo cojes, te pones a ojearlo o, simplemente, a hojearlo, y de repente descubres que hay algo interesante allí. Comienza entonces la lectura. La lectura es como un viaje sin hotel ni coche de alquiler previamente contratados. Toda una aventura. A priori no sabes si ese libro te llevará a algún lado o te abandonará en cualquier desierto de palabras o en un mar de aburrimientos. La lectura incierta es un nadar incierto.

Estoy con uno de Laurent Gaudé que me recuerda mucho, no sé por qué, al Pedro Páramo de Rulfo. No sé si es que en alguna ocasión lo he abierto antes y me he puesto a leer algunas páginas. El libro y lo que cuenta me resultan familiares. Está bien escrito. Promete. Ya se sabe que no sólo de fundamentales vive el hombre. "El sol de los Scorta" se titula. Ya contaré si la aventura tuvo final feliz o no.

miércoles, 15 de julio de 2009

Neruda, algo había

En cierta ocasión, en un artículo que titulé Letras del Mar, a propósito de Neruda y después de una mención a la inmortal bestia de Neville, decía esto: ...las que con pluma de agua escribiera doña Delia del Carril, ante la imposibilidad de arponear al gran cachalote autor de «Los versos del Capitán». De haberlo sabido, quizá, aquel enero de 1952 la doña no hubiera viajado a Santiago de Chile, sino a Capri, donde el poeta le estaba echando veinte poemas de amor a la mucama Matilde Urrutia, mientras su esposa, al otro lado del mundo, entonaba no más que una canción desesperada. Luego la Urrutia, la que fuera «doméstica» de los Neruda, lo contaría todo en una breve obra póstuma que, sin sutilezas, alguien tituló «Mi vida junto a Pablo Neruda», publicada por Seix Barral.

Me ha venido Neruda al magín porque, aunque no es poeta al que admire con pasión, ni mucho menos, sí creo que hay que reconocerle el mérito de haber escrito -y publicado- esos "Veinte poemas de amor y una canción desesperada" que, muy pronto, se convetirían en el libro de referencia de cualquier enamorado con ganas de decirle cosas bonitas a su novia, pero sin posibles. Me gusta mucho, tanto que ya no sé cuánto me gsuta, el final del poema número veinte. Cuando escribe:

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Por lo demás, algún día hablaremos del Neruda más mediático, del humano Neruda que de poeta tuvo lo que un servidor de fraile teatino.

viernes, 3 de julio de 2009

Vivir en la plaza del mundo

Pido disculpas por no haber hecho acto de presencia estos últimos días. Dudo que haya alguien interesado en estas notas que voy dejando a la espalda de los días, de mis días, pero, por si acaso, mis disculpas. Y lo cierto es que tampoco tengo mucho que contar, salvo que me he metido con un libro de ensayos que Javier Rodríguez ha preparado con materia y material de Juan Bonilla. Había leído algunos relatos de Bonilla y me habían parecido de un nivel nada desdeñable. Había iniciado la lectura de "Los príncipes nubios", pero algo acabó interponiéndose -a destiempo- entre el libro y yo. Sin embargo, ahora, después de haber leído algunos de sus ensayos y de haber topado con alguien capaz de recorrer medio mundo trás la primera edición de un libro ya casi olvidado, me he convencido de que el Bonilla que ahora leo y es mucho mejor que el Bonilla que intuía hace apenas unas semanas. El libro se ha publicado en una colección bisoña llamada "Renglón seguido". He de decir, además, que el texto introductorio del libro no desmerece en nada al resto de la obra. Todo a mucha altura, todo a excelente nivel. Hay libros que te reconcilian con la lectura y textos que te echan el guante -por la cara- y te desafian. Es el caso. Se titula "La plaza del mundo". Ya he pedido empadronarme en el número siete, primero derecha; al lado de Calvino, enfrente de Maiakovski, junto a Bonilla y a sus fieles mascotas: un puñado de libros de colores y de voces encerradas en páginas de papel viejo, como de segunda mano. Ya saben dónde encontrarme; al menos, por un tiempo.