En cierta ocasión, en un artículo que titulé Letras del Mar, a propósito de Neruda y después de una mención a la inmortal bestia de Neville, decía esto: ...las que con pluma de agua escribiera doña Delia del Carril, ante la imposibilidad de arponear al gran cachalote autor de «Los versos del Capitán». De haberlo sabido, quizá, aquel enero de 1952 la doña no hubiera viajado a Santiago de Chile, sino a Capri, donde el poeta le estaba echando veinte poemas de amor a la mucama Matilde Urrutia, mientras su esposa, al otro lado del mundo, entonaba no más que una canción desesperada. Luego la Urrutia, la que fuera «doméstica» de los Neruda, lo contaría todo en una breve obra póstuma que, sin sutilezas, alguien tituló «Mi vida junto a Pablo Neruda», publicada por Seix Barral.
Me ha venido Neruda al magín porque, aunque no es poeta al que admire con pasión, ni mucho menos, sí creo que hay que reconocerle el mérito de haber escrito -y publicado- esos "Veinte poemas de amor y una canción desesperada" que, muy pronto, se convetirían en el libro de referencia de cualquier enamorado con ganas de decirle cosas bonitas a su novia, pero sin posibles. Me gusta mucho, tanto que ya no sé cuánto me gsuta, el final del poema número veinte. Cuando escribe:
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
Por lo demás, algún día hablaremos del Neruda más mediático, del humano Neruda que de poeta tuvo lo que un servidor de fraile teatino.
miércoles, 15 de julio de 2009
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