martes, 24 de noviembre de 2009

Yo, Claudio... Rodríguez

Como en la novela de Robert Graves, he aquí un ser destinado a la nada que supo batir su palabra y su verso contra todo y contra todos. La historia de Claudio, el emperador romano al que todos querían dejar a un lado, pero al que la historia, esa gran trágica de la comedia humana, quiso poner al frente, en el puesto del abanderado, donde dicen que se sitúan siempre los más altos, los más fornidos, los más visibles... es la historia reconvertida de Claudio Rodríguez. El poeta emperador.

Como a otros grandes genios de la literatura, a Claudio Rodríguez le bastaron cinco obras para entrar en el Parnaso moderno. Con mimbres parecidas lo lograron, casi de manera coetánea, Borges y Rulfo, ¡qué curioso! Sería el agua...

Pero a Claudio le hubiera bastado su primer libro "Don de la ebriedad" para llegar al mismo sitio porque "siempre la claridad viene del cielo", y esa claridad es rotunda, nítida y brutal. Lo es en muchos de sus poemas, en la mayor parte de sus versos. Y bien sabía Claudion que, a poco que se lo propusiera, "llegaría hasta el cielo si no fuera / porque aún su sazón es la del árbol." La del árbol que echa raíces en el lector diez años después de su voz apagada, para recordarnos que una vez, hace una década, se murió un poeta y nos legó su imperio.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Alfonsina y Horacio

Voy a aplicar ese viejo axioma periodístico que dice: no dejes que la verdad te estropee una buena noticia.

La muerte de Alfonsina Storni, la poeta de América, puesta en verso por Ariel Ramírez y Félix Luna en su Alfonsina y el mar, y en boca de Mercedes Sosa, que la cantó como nadie jamás, es uno de esos mitos que merecería la pena que no lo fueran.

El 25 de octubre de 1938, frente al Mar de Plata, Alfonsina Storni, cansada de creer en la resurrección de Horacio, uno de los más grandes cuentistas de todos los tiempos, su amor inconfeso, se adentra poco a poco en las aguas saladas. Su cuerpo, vestido de mar, se sumerge y con él la vida. Pocos años antes, Quiroga, el extraño Quiroga, el mismo hombre al que habían abandonado todas las mujeres de su vida y que, asustado ante la perspectiva de una muerte atroz a manos de un cáncer, había decidido quitarse la vida como si fuera un poeta -bebiendo cianuro en presencia de un ser monstruoso al que había liberado de su encierro- la había conocido en Montevideo.

La leyenda también cuenta que una noche, entre copas de vino y juegos, al abrazo de la noche y en presencia de unos amigos, Quiroga y Storni, Horacio y Alfonsina, juegan a besar un reloj de bolsillo por ambas caras. Cuando Alfonsina está a punto de posar sus labios sobre la esfera, Horacio arrastra la leontina y sus bocas se encuentran. Es un juego, pero quema... y para siempre.

La leyenda de la muerte Alfonsina Storni es tan bella que no merece la pena saber si es cierta o no. Para ella, allá donde esté, este poema de su amigo Amado Nervo; que resume casi todo...

Autobiografía

¿Versos autobiográficos ? Ahí están mis canciones,
allí están mis poemas: yo, como las naciones
venturosas, y a ejemplo de la mujer honrada,
no tengo historia: nunca me ha sucedido nada,
¡oh, noble amiga ignota!, qué pudiera contarte.

Allá en mis años mozos adiviné del Arte
la armonía y el ritmo, caros al musageta,
y, pudiendo ser rico, preferí ser poeta.
-¿Y después?
-He sufrido, como todos, y he amado.
¿Mucho?
-Lo suficiente para ser perdonado...