martes, 24 de noviembre de 2009

Yo, Claudio... Rodríguez

Como en la novela de Robert Graves, he aquí un ser destinado a la nada que supo batir su palabra y su verso contra todo y contra todos. La historia de Claudio, el emperador romano al que todos querían dejar a un lado, pero al que la historia, esa gran trágica de la comedia humana, quiso poner al frente, en el puesto del abanderado, donde dicen que se sitúan siempre los más altos, los más fornidos, los más visibles... es la historia reconvertida de Claudio Rodríguez. El poeta emperador.

Como a otros grandes genios de la literatura, a Claudio Rodríguez le bastaron cinco obras para entrar en el Parnaso moderno. Con mimbres parecidas lo lograron, casi de manera coetánea, Borges y Rulfo, ¡qué curioso! Sería el agua...

Pero a Claudio le hubiera bastado su primer libro "Don de la ebriedad" para llegar al mismo sitio porque "siempre la claridad viene del cielo", y esa claridad es rotunda, nítida y brutal. Lo es en muchos de sus poemas, en la mayor parte de sus versos. Y bien sabía Claudion que, a poco que se lo propusiera, "llegaría hasta el cielo si no fuera / porque aún su sazón es la del árbol." La del árbol que echa raíces en el lector diez años después de su voz apagada, para recordarnos que una vez, hace una década, se murió un poeta y nos legó su imperio.

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