viernes, 26 de junio de 2009

Luis Alberto de Cuenca, el goliardo

El pasado jueves -¡coño!, de eso hace ya una semana- se celebró el cuarto y último -por ahora- simposio en la bodega Estancia Piedra de Toro. Esta vez fue Luis Alberto de Cuenca el encargado de escanciar versos en copas de vinos... o ¿era escandir vinos en copas de versos? No sé, ya no lo recuerdo bien, debe de ser cosa del Alzheimer. Lo cierto es que llegar hasta la bodega, magnífica, impactante, fue toda una aventura. Una tromba brutal de agua, como una gotera incontenible, cayó del cielo, y durante unos minutos se paseó entre los viñedos para lavarles la carita y dejarlos en pelota, a cuerpo gentil, sin el vestuario de sus pámpanos y sin el adorno de sus racimos. Un pequeño gran desastre de esos que la naturaleza provoca cuando una tarde cualquiera de junio se aburre de la canícula, impropia, asfixiante, mortal. Cuenca la tomó con los goliardos y nos ilustró sobre aquellos "monjes" giróvagos y vagos a partes iguales. Unos tíos que inventaron el arte de vivir sin hacer y de hacer un sinvivir de versos escarnecedores, alegres, casi inmortales. Cantos a la vida, al placer, al vino, a Baco, al carpe diem, al collige, virgo, rosas, al dolce far niente"...

La charla fue amena y para todos los públicos. Nada de exuberancias academicistas ni de elevaciones del terreno mental. Sencillo y llano, como deben ser todas las cosas profundas y bellas. Y belleza hubo mucha. Creo haber puesto ya algún poema de Cuenca por aquí. Ahí va otro:

El fantasma

Cómeme y, con mi cuerpo en tu boca,
hazte mucho más grande
o infinitamente más pequeña.
Envuélveme en tu pecho.
Bésame.
Pero nunca me digas la verdad.
Nunca me digas: «Estoy muerta.
no abrazas más que un sueño»

jueves, 18 de junio de 2009

Comienza el baile

Comienza el baile de la poesía. Nadie sabe hacia dónde vamos y prueba de ello es que editores, poetas y críticos ofrecen un panorama tan ecléctico como insondable. Hay quien, como Visor, apuesta por los caballos que se entrenan en sus propias cuadras y pistas; hay quien, como Robayna, denuncia el cambalache en el que se ha convertido el putimundo de la poesía moderna: con sus premios por convenio, sus premiados "ilegidos" y su "póngame cuarto y mitad del Loewe, media rueda de tren y un manojo de Melillas".

La poesía siempre fue un acto de fe, un creer en la indigencia como modo de vida asegurado y futuro. Hoy eso ha cambiado. Los poetas escanden versos sobre el suelo como si fueran banqueros de un cuadro de Quentin Metsys. Sopesan el tintineo metálico de cada palabra y el beneficio neto de sus estrofas. Y eso es lo que le vamos a legar a nuestros descendientes: una poesía bursátil y un compendio de libros de economía, en verso.

martes, 16 de junio de 2009

A la muerte de Ullán

Al parecer, no ha caído en muelle un artículo publicado en ABC en el que se aludía a la muerte de José Miguel Ullán, el poeta. Ullán fue un tipo generoso en torno al cual creció un grupo de escritores y poetas que hoy vemos en todos los escaparates de librería. No fue un poeta de mi gusto ni de mi son en vida y tampoco lo será una vez muerto. Dicho lo cual, no creo que la muerte de Ullán ni de casi nadie sea motivo de alegría, como alguno ha querido hacer ver. Sin embargo, no es un servidor de los que se pliegan al barniz idiota con que nos trata de cubrir este mundo cainita y demagógico de lo políticamente correcto. En España, hay que morirse para que hablen bien de uno, eso es cierto; pero cuando a alguien le da por decir lo que piensa o, simplemente, la verdad ante el óbito irremediable, entonces se juega el tipo si esa verdad no es una verdad de obituario, es decir, tan buenista como posiblemente falsa.

El artículo, por lo demás, denunciaba otras cosas mucho más tangibles y sucedidas. Ullán pasaba por allí en aquel momento, camino de la eternidad, y se encontró con el pastel. Pero mi respeto hacia él, hacia su muerte y hacia su obra.

AUnque no por ello dejo de desear que a Ullán la historia le reserve el sitio que se merece; que sus obras vuelen el tiempo que los lectores le quieran conceder; y que todos aquellos que crecieron al calor de su sombra lleguen donde sus literaturas quieran y puedan llegar. Ut vales!

martes, 9 de junio de 2009

Una noche cualquiera

El escenario es una noche cualquiera en la que tu mujer, de la que estás muy enamorado, ha decidido salir a cenar y a tomar unas copas con sus amigas -pero sin ti-. A primera vista todo es perfecto: tranquilidad, tiempo para leer, para pensar en soledad, para ver, incluso, la caja tonta -encedida o apagada- o para recordar a aquella novia de la juventud perdida. Al principio, piensas que cada vez son más raros y escasos esos momentos que te ha regalado esta noche; hay que aprovecharlo, te dices y te dispones. Sin embargo, a medida que pasan los segundos, los minutos, las horas la imaginación, esa loca que nos enloquece y que a veces se viste con las ropas del amor, se va apoderando de tu tiempo, de tus pensamientos, de tu cabeza, de tu alegría primera y, poco a poco, va torciendo y distorsionando tus buenos deseos, tus pensamientos puros, tu cabal manrea de entender una noche de amigas. Con medida exactitud, segundo a segundo, te va suministrando veneno en forma de inquietudes, de escenas que sólo existen en tu mente, de dudas y de imágenes cargadas de ilusionismo barato. Y te imaginas a tu mujer gozando de la noche y de las criaturas que la habitan. Al fin, todo eso te provoca, te remueve, te reconcome por dentro hasta depositarte en brazos de la una irracionalidad manifiesta y de una violencia verbal que te delata. El amor-imaginación te ha transformado en un ser despreciable y brutal.

Todo esto se pude contar así o así:

Vicente Gallego pertenece a una generación de poetas más impostada que real, pero al menos él.... es un buen poeta.

jueves, 4 de junio de 2009

El río de vuelta

Después de muchos años, tantos como tengo, he llegado a una conclusión: en esta vida, como decía Chaplin, a lo más que podemos llegar -la mayoría- es a ser aficionados. Me viene esta idea a la cabeza porque, de vez en cuando, me imagino esto que llamamos vida como un río que baja hacia la montaña. Un río de vuelta, sí. Así, cuando nacemos, somos como un gran estuario capaz de abarcarlo todo, un estuario en el que se comprenden una infinitud de posibilidades, una ola de potencialidades inabarcables, un mar de futuros. Sin embargo, a medida que pasan los días, los meses, los años, ese río de vuelta va encajonándose, achicándose, acercando orillas y, con ello, uno va dándose cuenta de que en la vida sólo se puede trazar un arroyo chico, poca cosa más que un regato. Esto equivale a pensar que, sin metáforas, en la vida sólo se pude destacar en algo concreto -y aun no siempre-. Cuanto antes sea uno consciente de ello, antes logrará que su río vital, de camino a la montaña, se estreche y tome el curso correcto. Hay quien, como esos grandes deportistas o ciertos genios prematuros, logran encauzar su vida a edades muy tempranas; hay quienes, por diversas consideraciones, tardan mucho más tiempo; pero, al final, sólo aquellos que son capaces de elegir una cosa entre la inmensidad de posibilidades son quienes -y ya digo que no siempre- logran alcanzar su objetivo. Luego, evidentemente, está la suerte, que es el noventa y nueve por ciento que le falta a toda esta explicación.

He tardado muchos años en comprender esto. Quizá ya sea tarde.