Al parecer, no ha caído en muelle un artículo publicado en ABC en el que se aludía a la muerte de José Miguel Ullán, el poeta. Ullán fue un tipo generoso en torno al cual creció un grupo de escritores y poetas que hoy vemos en todos los escaparates de librería. No fue un poeta de mi gusto ni de mi son en vida y tampoco lo será una vez muerto. Dicho lo cual, no creo que la muerte de Ullán ni de casi nadie sea motivo de alegría, como alguno ha querido hacer ver. Sin embargo, no es un servidor de los que se pliegan al barniz idiota con que nos trata de cubrir este mundo cainita y demagógico de lo políticamente correcto. En España, hay que morirse para que hablen bien de uno, eso es cierto; pero cuando a alguien le da por decir lo que piensa o, simplemente, la verdad ante el óbito irremediable, entonces se juega el tipo si esa verdad no es una verdad de obituario, es decir, tan buenista como posiblemente falsa.
El artículo, por lo demás, denunciaba otras cosas mucho más tangibles y sucedidas. Ullán pasaba por allí en aquel momento, camino de la eternidad, y se encontró con el pastel. Pero mi respeto hacia él, hacia su muerte y hacia su obra.
AUnque no por ello dejo de desear que a Ullán la historia le reserve el sitio que se merece; que sus obras vuelen el tiempo que los lectores le quieran conceder; y que todos aquellos que crecieron al calor de su sombra lleguen donde sus literaturas quieran y puedan llegar. Ut vales!
martes, 16 de junio de 2009
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