El escenario es una noche cualquiera en la que tu mujer, de la que estás muy enamorado, ha decidido salir a cenar y a tomar unas copas con sus amigas -pero sin ti-. A primera vista todo es perfecto: tranquilidad, tiempo para leer, para pensar en soledad, para ver, incluso, la caja tonta -encedida o apagada- o para recordar a aquella novia de la juventud perdida. Al principio, piensas que cada vez son más raros y escasos esos momentos que te ha regalado esta noche; hay que aprovecharlo, te dices y te dispones. Sin embargo, a medida que pasan los segundos, los minutos, las horas la imaginación, esa loca que nos enloquece y que a veces se viste con las ropas del amor, se va apoderando de tu tiempo, de tus pensamientos, de tu cabeza, de tu alegría primera y, poco a poco, va torciendo y distorsionando tus buenos deseos, tus pensamientos puros, tu cabal manrea de entender una noche de amigas. Con medida exactitud, segundo a segundo, te va suministrando veneno en forma de inquietudes, de escenas que sólo existen en tu mente, de dudas y de imágenes cargadas de ilusionismo barato. Y te imaginas a tu mujer gozando de la noche y de las criaturas que la habitan. Al fin, todo eso te provoca, te remueve, te reconcome por dentro hasta depositarte en brazos de la una irracionalidad manifiesta y de una violencia verbal que te delata. El amor-imaginación te ha transformado en un ser despreciable y brutal.
Todo esto se pude contar así o así:
Vicente Gallego pertenece a una generación de poetas más impostada que real, pero al menos él.... es un buen poeta.
martes, 9 de junio de 2009
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