Después de muchos años, tantos como tengo, he llegado a una conclusión: en esta vida, como decía Chaplin, a lo más que podemos llegar -la mayoría- es a ser aficionados. Me viene esta idea a la cabeza porque, de vez en cuando, me imagino esto que llamamos vida como un río que baja hacia la montaña. Un río de vuelta, sí. Así, cuando nacemos, somos como un gran estuario capaz de abarcarlo todo, un estuario en el que se comprenden una infinitud de posibilidades, una ola de potencialidades inabarcables, un mar de futuros. Sin embargo, a medida que pasan los días, los meses, los años, ese río de vuelta va encajonándose, achicándose, acercando orillas y, con ello, uno va dándose cuenta de que en la vida sólo se puede trazar un arroyo chico, poca cosa más que un regato. Esto equivale a pensar que, sin metáforas, en la vida sólo se pude destacar en algo concreto -y aun no siempre-. Cuanto antes sea uno consciente de ello, antes logrará que su río vital, de camino a la montaña, se estreche y tome el curso correcto. Hay quien, como esos grandes deportistas o ciertos genios prematuros, logran encauzar su vida a edades muy tempranas; hay quienes, por diversas consideraciones, tardan mucho más tiempo; pero, al final, sólo aquellos que son capaces de elegir una cosa entre la inmensidad de posibilidades son quienes -y ya digo que no siempre- logran alcanzar su objetivo. Luego, evidentemente, está la suerte, que es el noventa y nueve por ciento que le falta a toda esta explicación.
He tardado muchos años en comprender esto. Quizá ya sea tarde.
jueves, 4 de junio de 2009
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