martes, 28 de abril de 2009

Sickert ¿el destripador?


Cuadros como éste alimentaron la especie de que Walter Richard Sickert, el mejor pintor inglés que ha dado Alemania, era, en su tiempo libre, Jack el destripador. Sobre esta teoría se han escrito libros en abundancia y novelas como la de Patricia Cornwell. La verdad es que, si uno observa el impresionante impresionismo que pincela Sickert sobre sus telas, si uno contempla esos cuadros de mujeres desnudas, a medio camino entre la muerte pintada como un sueño y la vida concebida como un cuerpo de mujer dormida, no resulta difícil asociar ambos personajes. Más, incluso, cuando el propio Sickert afirmaba haber heredado en pensión la habitación que ocupara el verdadero Jack el destripador. Toda una teoría sugerente sobre uno de los grandes misterios criminales de la Historia. Un misterio que áun, hoy en día, nadie ha sido capaz de destripar.

viernes, 24 de abril de 2009

¿Volar? Sí, pero solo.

Siempre tuve estas palabras por credo. Se las debo a Cyrano, el de Rostand. No están mal traducidas del original francés, así las reproduzco.

¿Y qué queréis que haga?:
¿buscarme un protector, un amo, tal vez,
y como hiedra oscura que sube la pared,
medrando sibilina y con adulación,
cambiar de camisa para obtener posición?
¡No, gracias!

¿Dedicar, si se diera el caso,
versos a los banqueros?;
¿convertirme en payaso?;
¿adular con vileza los cuernos de un cabestro,
por temor a que me lance algún gesto siniestro?
¡No, gracias!

¿Desayunar cada día un sapo?;
¿tener el vientre panzón,
un papo que me llegue a las rodillas,
con dolencias pestilentes de tanto hacer reverencias?
¡No, gracias!

¿Adular el talento de los canelos?;
¿vivir atemorizado por infames libelos,
y repetir sin tregua: "señores, soy un loro,
quiero ver escrito mi nombre en letras de oro".
¡No, gracias!

¿Sentir terror a los anatemas?;
¿preferir las calumnias a los poemas?;
¿coleccionar medallas?;
¿urdir falacias?
¡No, gracias!
¡No, gracias!
¡No! ¡Gracias!

Pero... cantar, soñar, reír, vivir, estar sólo...
Ser libre, tener el ojo avizor, la voz que vibre.
Ponerme por sombrero el universo, por un sí o por un no.
Batirme, o hacer un verso.
Despreciar con valor la gloria y la fortuna.
Viajar con la imaginación... a la luna.
Solo al que vale reconocer los méritos.
No pagar jamás por favores pretéritos.
Renunciar para siempre a cadenas y protocolo.
Posiblemente no volar muy alto...
pero solo.

Sólo, solo, sólo...

miércoles, 22 de abril de 2009

Segundo simposio

Soy perezoso, eso ya lo sé. Lo sé desde la primera vez que tuve que levantarme de la cuna. ¡Coño, cuánto tiempo! De eso hace hoy treinta siete años. Si alguien lee estos textos alguna vez, verá que no me obligo a escribir todos los días porque no todos los días tiene uno algo que escribir; ni todos los días lo que uno tiene que escribir merece la pena escribirlo. Pero también es verdad que hay días en los que a uno le apetece contar porque sí, porque ese día cree que lo que tiene que contar merece la pena contarlo. No, no me estoy quedando con nadie, simplemente es así. Ayer estuve, de nuevo, en Urueña. Esta vez el simposiarca era alguien cercano, muy cercano. Tocaba Virgilio, el más grande. Tocaba Las Geórgicas, las más grandes. La presentación del banquete, casi festín, al que no sé si sabremos desacostumbrarnos cuando ya no, corrió a cargo de Rodríguez Tobal. Grande, preciso, simpático, ocurrente y genial, como siempre, el poeta zamorano que no por nada lleva poesía en la voz. Después el primer espada, el lidiador de los poemas de Virgilio a los que ha dotado de una voz que en castellano parecía, a veces, incluso mejor que en latín. Esto mismo dijo Javi Rodríguez: esas Geórgicas no son las Géorgicas de Virgilio, son las Geórgicas de Pedro Pablo Conde Parrado, con quien tanto tengo.

Versos increíbles que emulan el original con asombrosa certeza; hexámetros precisos, macerados en la pipa del reposo; palabras exactas vendimiadas de un castellano gran reserva; emoción e intensidad de color, sabor y cuerpo. ¡Qué gran vino para estar embotellado solo entre pastas de papel!

De nuevo una delicia, de nuevo un acierto enorme -aunque esta vez ni pueda ni quiera ser objetivo, porque no me da la gana- de la bodega Estancia Piedra. De nuevo, recomendable. El próximo, el 8 de mayo. Promete. Tendrán noticias.

jueves, 16 de abril de 2009

Las Ferias del Libro

Dentro de nada llega mayo y, con él, la literatura, que hace mucho tiempo que dejó de estar en rebeldía, se echará a la calle, mansamente. Mayo esconde tras cada una de sus esquinas una feria del libro: Madrid, León, Valladolid... En estas fechas las ciudades se visten de papel e invitan a quienes las habitan a la libertad, es decir, invitan a leer. Sin embargo, hace mucho tiempo que, salvo en Madrid, la fórmula parece presentar signos evidentes de cansancio y agostamiento. Las ferias del libro cada vez, cada año, son más repetitivas y monótomas. Así como las presentaciones de libros, que tuvieron su momento de gloria hace algunos años, han dejado de interesar a la mayoría de la gente, puesto que aburren en la mayor parte de los casos hasta a quienes, como yo, se consideran lectores, las ferias del libro cursan la misma enfermedad con episodios críticos de hastío y redundancia. Es necesario renovar el formato o quién sabe si a lo mejor matarlo y dar vida a nuevas fórmulas. Y, cuanto antes, mejor. Que urge.

lunes, 13 de abril de 2009

Cronopios

He visto cronopios, hileras de cronopios encapuchados. LLevaban a cuestas maderas pintadas con formas de hombre, de mujer, de Dios dicen. Era el silencio; y una multitud en turba, callada y lenta, los contemplaba. Pasaban; iban de un lado a otro o a ninguna parte. No digo que fuera un sueño; sólo me pregunto si me estaré volviendo Cortázar perdido.

lunes, 6 de abril de 2009

Yo, dinosaurio

Esta mañana, cuando he despertado, yo, como el dinosaurio de Monterroso, todavía estaba aquí.

viernes, 3 de abril de 2009

Joy





Me ocurre cada vez que la escucho. No sé qué tiene esta música que me conmueve. Un abismo de paz interior, quizá. Es el Joy de George Winston, de un disco titulado December. No acierto a explicar -ni quiero- la sensación que me produce. Quizá sea algo de aquello que escribió Lope a propósito del amor: quien lo probó lo sabe...

jueves, 2 de abril de 2009

Gioconda Belli


He vuelto a leer ese poema conmovedor de Gioconda Belli titulado "Amo a los hombres y les canto". Cada vez que me lo pongo en la boca, el corazón se me agita y me pide que vayamos. Ni el ni yo sabemos dónde, ni siquiera con quién, pero después de leerlo -quien lo lea- sentirá, como yo he sentido, que es necesario, urgente, ir... donde Gioconda Belli quiera que vayamos. Vámonos, vámonos, ¡vamonoooos!

Amo a los hombres y les canto

Amo a los jóvenes
desafiantes jinetes del aire,
pobladores de pasillos en las Universidades,
rebeldes, inconformes, planeadores de mundos diferentes.
Amo a los obreros,
esos sudorosos gigantes morenos
que salen de madrugada a construir ciudades.
Amo a los carpinteros
que reconocen a la madera como a su mujer
y saben hacerla a su modo.
Amo a los campesinos
que no tienen más tractor que su brazo
que rompen el vientre de la tierra y la poseen.
Amo, compasiva y tristemente, a los complicados
hombres de negocios
que han convertido su hombría en una sanguinaria
máquina de sumar
y han dejado los pensamientos más profundos, los
sentimientos más nobles
por cálculos y métodos de explotación.

Amo a los poetas -bellos ángeles lanzallamas-
que inventan nuevos mundos desde la palabra
y que dan a la risa y al vino su justa y proverbial importancia.
que conocen la trascendencia de una conversación
tranquila bajo los árboles,
a esos poetas vitales que sufren las lágrimas y van
y dejan todo y mueren
para que nazcan hombres con la frente alta.
Amo a los pintores -hombres colores-
que guardan su hermosura para nuestros ojos
y a los que pintan el horror y el hambre
para que no se nos olvide.
Amo a los solitarios pensadores
los que existen más allá del amor y de la comprensión sencilla
los que se hunden en titánicas averiguaciones
y se atormentan día y noche ante lo absurdo de las respuestas.

A todos amo con un amor de mujer, de madre, de hermana,
con un amor que es más grande que yo toda,
que me supera y me envuelve como un océano
donde todo el misterio se resuelve en espuma...

Amo a las mujeres desde su piel que es la mía.
A la que se rebela y forcejea con la pluma y la voz desenvainadas,
a la que se levanta de noche a ver a su hijo que llora,
a la que llora por un niño que se ha dormido para siempre,
a la que lucha enardecida en las montañas,
a la que trabaja -mal pagada- en la ciudad,
a la que gorda y contenta canta cuando echa tortillas
en la pancita caliente del comal,
a la que camina con el peso de un ser en su vientre
enorme y fecundo.
A todas las amo y me felicito por ser de su especie.
Me felicito por estar con hombres y mujeres
aquí bajo este cielo, sobre esta tierra tropical y fértil,
ondulante y cubierta de hierba.
Me felicito por ser y por haber nacido,
por mis pulmones que me llevan y me traen el aire,
porque cuando respiro siento que el mundo todo entra en mí
y sale con algo mío,
por estos poemas que escribo y lanzo al viento
para alegría de los pájaros,
por todo lo que soy y rompe el aire a mi paso,
por las flores que se mecen en los caminos
y los pensamientos que, desenfrenados, alborotan en las cabezas,
por los llantos y las rebeliones.
Me felicito porque soy parte de una nueva época
porque he comprendido la importancia que tiene mi existencia,
la importancia que tiene tu existencia, la de todos,
la vitalidad de mi mano unida a otras manos,
de mi canto unido a otros cantos.
Porque he comprendido mi misión de ser creador,
de alfarera de mi tiempo que es el tiempo nuestro,
quiero irme a la calle y a los campos,
a las mansiones y a las chozas
a sacudir a los tibios y haraganes,
a los que reniegan de la vida y de los malos negocios,
a los que dejan de ver el sol para cuadrar balances,
a los incrédulos, a los desamparados, a los que han
perdido la esperanza,
a los que ríen y cantan y hablan con optimismo;
quiero traerlos a todos hacia la madrugada,
traerlos a ver la vida que pasa
con una hermosura dolorosa y desafiante,
la vida que nos espera detrás de cada atardecer
-último testimonio de un día que se va para siempre,
que sale del tiempo y que nunca volverá a repetirse-.
Quiero atraer a todos hacia el abrazo de una alegría que comienza,
de un Universo que espera que rompamos sus puertas
con la energía de nuestra marcha incontenible.
Quiero llevaros a recorrer los caminos
por donde avanza -inexorable- la Historia.
Porque los amo quiero llevarlos de frente a la nueva mañana,
mañana lavada de pesar que habremos construido todos.

Vámonos y que nadie se quede a la zaga,
que nadie perezoso, amedrentado, tibio, habite la faz de la tierra
para que este amor tenga la fuerza de los terremotos,
de los maremotos,
de los ciclones, de los huracanes
y todo lo que nos aprisione vuele convertido en desecho
mientras hombres y mujeres nuevos
van naciendo erguidos
luminosos
como volcanes...

Vámonos,
vámonos,
¡vámonoooos!

miércoles, 1 de abril de 2009

El libro de la vida

Lejos del sentido teológico que esconde el concepto "el libro de la vida" (vid. La Biblia, Éxodo, 32, 32) a veces, cuando ando por casa, me asalta la duda de si la vida será una especie de libro en marcha, como uno de esos diarios de Trapiello, que fuéramos escribiendo y leyendo en tiempo real. En ese diario-libro (o libro-diario) está escrito todo y allí sucede todo lo que nos sucede. Filósofos antiguos como Demócirto y Leucipo llamaron a esto determinismo, yo simplemente lo llamo literatura aplicada a la vida de cada cual. Y, como en toda literatura, también en este día a día que llamamos tiempo y presente hay libros mejores y peores, como hay vidas mejores y peores; los hay más largos y los hay de apenas una línea, como El Dinosaurio de Monterroso, los hay románticos y los hay trágicos; los hay en verso y los hay en prosa, como hay vidas que son pura poesía y vidas que, de tan prosaicas, aburren soberanamente... En fin, que no sé por qué -o sí, quién sabe- hoy me he puesto a pensar en esto. Tal vez porque ayer escribí una pagina más en el libro de mi vida, y me gustó hacerlo.