viernes, 24 de abril de 2009

¿Volar? Sí, pero solo.

Siempre tuve estas palabras por credo. Se las debo a Cyrano, el de Rostand. No están mal traducidas del original francés, así las reproduzco.

¿Y qué queréis que haga?:
¿buscarme un protector, un amo, tal vez,
y como hiedra oscura que sube la pared,
medrando sibilina y con adulación,
cambiar de camisa para obtener posición?
¡No, gracias!

¿Dedicar, si se diera el caso,
versos a los banqueros?;
¿convertirme en payaso?;
¿adular con vileza los cuernos de un cabestro,
por temor a que me lance algún gesto siniestro?
¡No, gracias!

¿Desayunar cada día un sapo?;
¿tener el vientre panzón,
un papo que me llegue a las rodillas,
con dolencias pestilentes de tanto hacer reverencias?
¡No, gracias!

¿Adular el talento de los canelos?;
¿vivir atemorizado por infames libelos,
y repetir sin tregua: "señores, soy un loro,
quiero ver escrito mi nombre en letras de oro".
¡No, gracias!

¿Sentir terror a los anatemas?;
¿preferir las calumnias a los poemas?;
¿coleccionar medallas?;
¿urdir falacias?
¡No, gracias!
¡No, gracias!
¡No! ¡Gracias!

Pero... cantar, soñar, reír, vivir, estar sólo...
Ser libre, tener el ojo avizor, la voz que vibre.
Ponerme por sombrero el universo, por un sí o por un no.
Batirme, o hacer un verso.
Despreciar con valor la gloria y la fortuna.
Viajar con la imaginación... a la luna.
Solo al que vale reconocer los méritos.
No pagar jamás por favores pretéritos.
Renunciar para siempre a cadenas y protocolo.
Posiblemente no volar muy alto...
pero solo.

Sólo, solo, sólo...

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