miércoles, 19 de agosto de 2009
He vuelto
Que veinte años no es nada, decía Gardel, cuanto menos veinte días, y aun ni eso. Pero es lo que hay, esto o escribir un bestseller y hacerme rico a base de confitar palabras. El propósito lo tengo, la idea también. Ahora ya sólo me faltan el tiempo y, sobre todo, la constancia. Leía hace unos días un ensayito de Marzal en el que el poeta aseguraba que una de sus mayores virtudes era, precisamente, la constancia. Estoy con él. Mucho más que el genio. Es cierto que tiene que haber un poso y un potencial innato, pero el entrenamiento diario y constante es vital.
Es fácil imaginarse escribiendo algo interesante, por ejemplo, a orillas de un lago, con la calma alborotando a tu alrededor, en buena compañía o solo, que a veces es la más agradable de las compañías... Es cuestión de imaginación: dibujen de pronto un pequeño muelle de madera a los pies de un recoleto hotel campestre, de esos que ahora llaman "con encanto"; amarrada a su vera una pequeña barca, invitándote a subir. Te lanzas a la aventura de remar o al empeño de pedalear en la inmensidad contenida de aquel lago frío y azul. Sin que nadie lo advierta aún, hay algo prohibido en el escenario; algo que no debes contarle al lector porque ese el secreto que lo mantendrá pendiente. Lo prohibido atrae. Tratas de incitarlo con esta argucia simple y usada; más vieja que el mundo; más vieja que Homero. Al final, quizá, puede que, es posible que desveles algo, o todo, o nada. ¿Quién sabe? Es sólo una idea surgida de estas horas en las que nadie está al otro lado del teléfono, nadie envía correos, nadie ocupa su lugar ni su rutina. Es como si todo el mundo estuviera de vacaciones y como si fuera agosto.
Por cierto, no sé por qué razón el lago me ha hecho pensar en Vietnam. A lo mejor habrá que hacer un viaje cuando las circunstancias lo permitan. ¿Alguien conoce Vietnam?
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