martes, 13 de octubre de 2009

Orfandad

(Publicado en mi columna de ABC CyL el 12 de cotubre de 2009. Me ha pedido un amigo que lo suba al blog.)

La dimensión humana de la muerte es algo que, como a tantos -como a todos-, siempre me ha atraído. La orfandad de respuestas que provoca el apagón vital me interesa. Al fin y al cabo, nadie ha sido capaz de ofrecer otra cosa que esperanza, fábula, fe o una iguala de justicia que haga justiprecio con la que sufrimos mientras caminamos por este valle de lágrimas -los textos sagrados no son precisamente la alegría de la huerta-. Pero la dimensión de la muerte lleva aparejada necesariamente otra dimensión mucho más cercana y ¿explicable?: la de la vida.
La lucha de fuerzas entre una y otra es cotidiana, constante, como de andar por casa. Sobre esto nada que decir. Lo que suscita toda esta reflexión es una conversación reciente con Javier García, que acaba de perder a su padre. J. G. es vecino ya de los cuarenta, lo que puede entenderse como un joven con vocación de dejar de serlo en unos cuantos años. La edad, en este caso, es importante porque determina el objeto de estos párrafos. J. G. se ha quedado sin padre a una edad más o menos frecuente. Pero, cuando el otro día le preguntaba cómo se sentía, pasadas unas semanas del duro trance, su respuesta me fulminó: huérfano.
Tantas cosas en tan poco me helaron la palabra. J. G. tiene razón. Nadie habla de orfandad cuando uno ha cumplido determinada edad tácitamente aceptada como la de la orfandad imposible y, sin embargo, ¿quién nos prohíbe sentirnos huérfanos a los veinte, a los treinta, a los cuarenta, a los cien? ¿Es acaso la orfandad un estado legal solamente; o uno tiene derecho a sentirse huérfano cuando le dé la gana?
La pérdida de un progenitor es un duro golpe en cualquier circunstancia. El sentimiento de orfandad, en cambio, es una elección libre; probablemente ligada a la relación entre dos seres mientras la vida fue. Te honra el sentimiento, Javi.

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