viernes, 26 de febrero de 2010

Bautismo de recuerdo


Ayer, era por la tarde, bautizamos a Carlos Aganzo. No es que Aganzo llevara el estigma del pecado original aún sobre sus hombros, más bien es que alguien decidió que había bautizarlo y recordarle que ante todo, ante todos, es poeta, alta responsabilidad en un mundo gobernado por la prosa más baja.

En la vieja casona de otro poeta, José Zorrilla, Aganzo recibió, como una vacuna, una dosis de recuerdo. Fue rebautizado e hizo votos de ser poeta por encima de todas las cosas.

Lo apadrinaron otros tantos que leyeron versos de su última obra "Caídos ángeles". Aganzo es un gran poeta, quien lo probó lo sabe. Me gustó especialmente la lectura de "Los marineros de la Burela" en la voz de Fermín Herrero -a quien deseo que hoy la Crítica de Castilla y León premie-. Fue un final feliz.

El acto emotivo, cercano, recoleto y fresco supo a mucho y a poco. Habrá que fecilitar a quienes lo han ideado. Entre amigos, bien es verdad, todo es más fácil. Para el rito del bautismo el agua se hizo metáfora de vino y un brindis, zorrillesco, sirvió para celebrar, para celebrarlo, para celebrarle a él, a Carlos, por poeta.

Dejo aquí este poema -por no tener a mano el que quisiera- para medirle la altura.

FINALIDAD DEL ALMA

Recuerdo una frase bella indefinida
como un beso viejo
que ha perdido el olor aunque mantiene
temblor sin superficie.
Recuerdo un rostro amado en la distancia
como el polvo seco
que ha dejado una hoja del otoño
antes de ser aire.

Recuerdo tu ausencia
como un dolor de manos;
una oración que dice:
"La finalidad del alma es el deseo".
Y después, el silencio.

Manantiales. 2002

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