La música te transporta en ocasiones a lugares del sentimiento que son difíciles de atrapar en la palabra. Eso -o algo similar- es lo que le sucedió ayer a la gente que asistía al recital que Roger Hogdson, el mítico vocalista de Supertramp, en perfecta comunión con la Orquesta Sinfónica de Castilla y León -a la que hay que echar de comer aparte- dio ayer en el auditorio Miguel Delibes de Valladolid. Decir que fue impresionante sería hacer de menos a una sensación última que parecía asegurarte que cosas así vas a vivirlas pocas veces en la vida. Había algo de nuevo en todas aquellas viejas canciones que han viajado de la cassette al cd sin perder ni un ápice de calidad y permanencia. Contemplar cómo la música de Supertramp, casi toda, parece compuesta para una orquesta sinfónica, no es decir demasiado ni descubrir ninguna América. Aunque lo de ayer rozara el paroxismo.
Bien es cierto que el público que asistió al concierto era un público con la bandera blanca enarbolado desde el mismo momento en que el viejo Hogdson, con su fina melena rubia, su camisa blanca y su aire de indio navajo, salió a escena. En ese momento todo los allí presentes le mostramos nuestra carta de rendición ante lo que suponíamos que iba a llegar... y llegó.
Todo empezó con "Take the long way home". Al terminar, los primeros fanáticos saltaron de su asiento para ovacionar al tío de la guitarra, al señor del piano, al chaval de los teclados, al músico de la voz infinita y atiplada. Luego "Give a little bit" y ahí empezó el frenesí. Supo meterse a todo el mundo en el bolsillo. Invitó al auditorio a silbar una breve canción a coro y desgranó algunas de las mejores canciones de la historia de la música actual; que, además, son suyas: "The logical song", "Even in the quietest moment". "Dreamer", etc. Hasta que llegó una de las que todos esperábamos. Cuando los primeros acordes, lentos, lejanos, leves de la "Fool's overture" empezaron a sonar, la gente ya tenía las manos destrozadas de aplaudir. El final de la obertura fue de película, con Hogdson recibiendo la batuta de manos del maestro Alejandro Posada -un auténtico crack dirigiendo- para dar el "se finito" a la orquesta. Grandioso.
De ahí a los bises y a una última composición que se había echado en falta y que, hábilmente, el exsupertramper había dejado para los postres. Con un "It's raining again" coreado, cantado, aplaudido y bailado por todos los asistentes -hasta las azafatas perdieron su hierática composutra, contagiadas por el ambiente brutal- se cerró una noche en la que una orquesta magnífica dio luz a la música clásica de un enorme compositor moderno: Roger Hodgson.
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lunes, 5 de octubre de 2009
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2 comentarios:
Buena crónica. Yo también estuve allí.
Pásate por www.rogerhodgson.es y envíales esta crónica que seguro te la publican.
Un saludo!
Pues, muchas gracias, "Anónimo". Así lo haré. Un cordial saludo
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