miércoles, 25 de febrero de 2009

El desayuno

Esta mañana me he levantado con hambre, mucha. He pensado en calentar una taza de leche y en comerme un par de magdalenas de las que hacen las monjas en su tiempo libre, en su tiempo de trabajo. Pero hasta ver, me he entretenido un rato subiendo a la biblioteca. Me he puesto a mirar algunos libros. De repente, se me ha echado sobre las manos uno de L. A. de Cuenca. Lo he abierto y le he leído a la mujer de mi vida uno de sus poemas. Dice así:

Me gustas cuando dices tonterías,
cuando metes la pata, cuando mientes,
cuando te vas de compras con tu madre
y llego tarde al cine por tu culpa.
Me gustas más cuando es mi cumpleaños
y me cubres de besos y de tartas,
o cuando eres feliz y se te nota,
o cuando eres genial con una frase
que lo resume todo, o cuando ríes
(tu risa es una ducha en el infierno),
o cuando me perdonas un olvido.
Pero aún me gustas más, tanto que casi
no puedo resistir lo que me gustas,
cuando, llena de vida, te despiertas
y lo primero que haces es decirme:
«Tengo un hambre feroz esta mañana.
Voy a empezar contigo el desayuno».

Al fin, he saciado mi voraz apetito... y, de paso, he logrado mantener la línea. Es lo que tiene la buena poesía: que alimenta, pero no engorda.

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