Dice Carlos Marzal -que así, a primera vista, me ha parecido un tipo cojonudo- que quienes vamos haciendo biblioteca a fuerza leer estamos creándonos una familia. Uno, a medida que descubre y lee -o, mejor dicho, a medida que lee y descubre-, va eligiendo quiénes son sus padres literarios, sus abuelos de la palabra, sus tíos, sus primos y así hasta componer una árbol de antepasados escritores tan frondoso y dilatado como uno quiera... o lea. Si yo tuviera que pensar en mi familia de letras elegiría a Homero como tatarabuelo y a Safo para calentarle la cama. Bisabuelos ya me es más difícil, aunque quizá Catulo pudiera valerme y, con permiso de Lesbia, lo casaría con Ovidio metamorfoseado en cuerpo de mujer. ¿Abuelos? ¿Por qué no Cervantes, que es el padre literario de medio mundo? O mejor, Lope, quizá Quevedo, no está mal el Divino Dante. No sé; me cuesta. La abuela podría ser Santa Teresa si no me infundiera ese respeto que algunos llaman miedo. No, mejor me hago a María de Zayas, a quien todavía no se pondera como se merece; aunque algún día... Por padres, sin menoscabo de los que tengo, no sabría. Difícil cuestión. Se me ocurren muchos, me llenan bastantes y me agradan unos pocos: ¿Lorca?, ¿Unamuno?, ¿Borges? Sí, creo que me quedo con Borges. ¿Kenizé Mourad? ¿Marie Vassiltchikov? ¿Beli? Vaya, parece que para elegir madre me internacionalizo. Claro que, si hago eso entonces es verdad que el árbol se me desmesuraría rápidamente: Leopardi, Mann, Dostoievski, Calvino, Twain, Voltaire, Coetze... En cuanto a mis hermanos, ¿qué decir?. El propio Marzal me parece bueno, pero también me valen Zafón, Hériz, Gallego, Esquivias... Hermanas, como en la realidad, no tengo. Sobre esto tengo pensar.
Y, después de esto, me pregunto si mi hijo querrá algún día que también yo sea uno de sus padres. Tengo serias dudas.
viernes, 8 de mayo de 2009
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