Las cuadras en literatura son un invento del siglo XX. Bien es cierto que siempre han existido generaciones, movimientos, grupos, facciones literarias..., pero cuadras, entendidas como esos cogollitos de escritores-caballos (da igual el género en el que alumbren o troten) que se promocionan mutamente, se premian mutuamente, se invitan a saraos literarios mutuamente, hacen caja conjuntamente y se amparan en alguna figura "prebostérica" recíprocamente, esas no han existido hasta que el dinero, el poder y la notoriedad social se fijaron en la literatura como algo con muchas más posibilidades mercantiles que estrictamente literarias.
En poesía ocurre igual -no hay más que ver cómo estos días andan poniéndose a caldo "ullanistas" y "visoristas"-. Es evidente que la calidad de un escritor, hoy en día, no le garantiza en absoluto la fama. Es más, a veces puede incluso hacerle de serretón y freno. Para triunfar uno tiene que entrar en boxes y amoldarse a tal o cual cuadra, aceptar su patronato y rendirse al catecismo de su pienso y abrevo. Si no, sus obras no saldrán nunca del cajón. Éste es el signo de nuestros tiempos. Qué dífícil resulta por ello, a veces, negar la tozudez del aserto manriqueño. Ya saben, aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, querido Rocinante.
lunes, 25 de mayo de 2009
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