lunes, 25 de mayo de 2009

Sobre cuadras y caballos

Las cuadras en literatura son un invento del siglo XX. Bien es cierto que siempre han existido generaciones, movimientos, grupos, facciones literarias..., pero cuadras, entendidas como esos cogollitos de escritores-caballos (da igual el género en el que alumbren o troten) que se promocionan mutamente, se premian mutuamente, se invitan a saraos literarios mutuamente, hacen caja conjuntamente y se amparan en alguna figura "prebostérica" recíprocamente, esas no han existido hasta que el dinero, el poder y la notoriedad social se fijaron en la literatura como algo con muchas más posibilidades mercantiles que estrictamente literarias.

En poesía ocurre igual -no hay más que ver cómo estos días andan poniéndose a caldo "ullanistas" y "visoristas"-. Es evidente que la calidad de un escritor, hoy en día, no le garantiza en absoluto la fama. Es más, a veces puede incluso hacerle de serretón y freno. Para triunfar uno tiene que entrar en boxes y amoldarse a tal o cual cuadra, aceptar su patronato y rendirse al catecismo de su pienso y abrevo. Si no, sus obras no saldrán nunca del cajón. Éste es el signo de nuestros tiempos. Qué dífícil resulta por ello, a veces, negar la tozudez del aserto manriqueño. Ya saben, aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, querido Rocinante.

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